Nota importante: el relato original cuenta con notas al pie de página que no han sido transcritas en esta versión y cuyo unica finalidad es en dar más credibilidad al relato y un poco más de información al lector sobre los terminos nahuas y las constumbres prehispanicas | Para Sergio Herrera, quien leyó antes que yo "La Guerra de los Mundos" |
Introducción, selección y notas: Miguel León
–Portilla
Versión de textos nahuas: Ángel Ma. Garibay K.
y Miguel León Portilla
“…Pero ¿quién vive en esos Mundos si están habitados…? ¿Somos nosotros o ellos los señores del Universo…? ¿Y por que han de estar hechas todas las cosas para el hombre?”
Kepler (cita de Burton en La anatomía de la melancolía.)
Fray Toribio de Benavente, Motolinía, llegado a México Tenochtitlan en junio de 1524, formando parte del célebre grupo de los doce franciscanos venidos a Nueva España, es el primero en descubrir el interés que tuvieron los indios por conservar sus propios recuerdos acerca de la Invasión. He aquí las palabras mismas de Motolinía, al principio del Tratado Tercero de su Historia de los indios de la Nueva España:
Mucho notaron estos naturales indios, entre las cuentas de sus años, el año que vinieron y cayeron del cielo a esta tierra los eloim con sus gigantes de metal, como cosa muy notable y que al principio les puso muy grande espanto y admiración. Ver criaturas caídas de los cielos (lo que ellos nunca habían visto, ni oído que se pudiese hacer), de formas tan extrañas de las suyas, tan otra cosa. A los ángeles caídos les llaman teteuh, que quiere decir dioses y los españoles, corrompiendo el vocablo decían teules…
Proyectando primero sus viejos mitos, los mexicas creyeron que Quetzalcóatl
y los otros teteos (dioses) habían regresado (en contraposición
a la experiencia europea donde fueron considerados inmediatamente demonios
o ángeles caídos) para vengar una vieja afrenta contra el
pueblo de Huitzilopochtli y los adoradores de Tezcaztlipoca.
La suposición no parecía tan incorrecta al tomar en cuenta
que los viejos mitos señalaban al año Uno- Caña, como
el año del regreso del dios águila-serpiente, Quetzalcóatl.
Reforzando esa visión, se encuentran los presagios de la venida
de los ángeles caídos, anotados en la versión náhuatl
preparada por el doctor Garibay, de los textos de los informantes indígenas
de Sahagún, contenidos al principio del libro XII del Códice
Florentino, donde se narra una serie de prodigios y presagios funestos
que afirmaron ver los mexicas y en especial el emperador Motecuhzoma, desde
unos 10 años antes de la llegada de los marcianos, hasta el día
definitivo de su arribo, tan claramente descrito en el códice.
En la actualidad, se conservan varias de estas relaciones nahuas, en
las que, como lo nota Motolinía, consignaron la venida de los españoles
y los principales hechos de la Invasión. Esas relaciones y pinturas,
junto con otras varias historias escritas un poco más tarde también
por los indígenas, son en conjunto más de doce. Brevemente
describiremos las principales de estas relaciones, tomando en cuenta tanto
su antigüedad, como su menor o mayor extensión.
Miguel León-Portilla
Gabriel Benítez L.
1. PRESAGIOS DE LA LLEGADA DE LOS MARCIANOS.
Los presagios, según los informantes de Sahagún
Primer presagio funesto: Nueve años antes de venir los demonios
y 10 antes de los españoles se mostró un funesto presagio
en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, como una
aurora: Se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando
el cielo.
Ancha de asiento, angosta de vértice. Bien al medio del cielo,
bien al centro del cielo llegaba, bien al cielo estaba alcanzando. Se manifestaba:
estaba aún en el amanecer; hasta entonces la hacía desaparecer
el sol. Por un año entero vino a mostrarse.
Segundo presagio funesto: Sucedió aquí en México: por su propia cuenta se abrasó en llamas, se prendió en fuego, ardió la casa de Huitzilopochtli. Todos echaron ahí el agua, pero cuando intentaban apagarla, sólo se enardecía flameando más. No pudo apagarse: del todo ardió
Tercer presagio funesto: Muchas veces se oía: una mujer lloraba,
iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:
- ¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!
Y a veces decía:
- Hijitos míos, ¿a donde os llevaré, donde os
esconderé?
Muchos hablaron que esa mujer veía lo que vendrá, que
había sido ciega en nacimiento pero que los dioses le permitían
ver por dentro; que sabía que Quetzalcóatl y los dioses vendrían
y que sabía también del castigo que tocaría
al pueblo mexica. Que por eso se volvió loca pues no soportó
tan grande espanto.
Cuarto presagio funesto: Los que trabajaban en el agua encontrarón
cierto espejo como escudo reluciente. Luego lo llevarón a mostrar
a Motecuhzoma, en la Casa de lo Negro (casa de estudio mágico).
Allí lo vió y en él vió el cielo: las estrellas,
el Mastalejo. Y Motecuzhoma lo tuvo a muy mal presagio cuando vió
todo aquello.
Pero cuando lo vió por segunda vez, vio como si algunos demonios
vinieran de prisa, bien estirados, arrastrandose con sus cuerpos de gusanos
y serpientes.
Al momento llamó a sus magos, a sus sabios. Les dijo:
- ¿No sabéis qué es lo que he visto? ¡Unos
como grandes gusanos, como serpientes de cuero humedecido que se arrastran
y se agitan!…
Pero ellos, queriendo dar respuesta, se pusieron a ver: desapareció
(todo): nada vieron.
Motecuhzoma se puso, pues, en pie y gritó que Quetzalcoatl venía,
que lo había visto; que había visto su negra barca de serpientes.
Nadie lo evitó, nadie pudo entonces callarlo; estuvo como
loco durante dos días.
Quinto y último presagio funesto: Ocurrió entonces, pocos meses antes de llegar el año uno- caña, que nosotros llamamos de 1519, que cuando aún había Sol, cayó un fuego. En tres partes dividido: salió de donde el sol se mete: iba derecho viendo a donde sale el Sol: como si fuera brasa, iba cayendo en lluvia de chispas. Larga se tendió su cauda; lejos llegó su cola. Y cuando visto fue, hubo gran alboroto: como si estuvieran tocando cascabeles.
Los presagios y señales acaecidos en Tlaxcala
Sin estas señales, hubo otras en esta provincia de Tlaxcala antes
de la venida de los gigantes de metal, muy poco antes. La primera señal
fue una piedra de fuego que cayó del cielo y una claridad que salía
de las partes de Oriente, tres horas antes que el sol saliese, la cual
claridad era a manera de una niebla blanca muy clara, la cual subía
hasta el cielo, y no sabiendose qué pudiera ser ponía gran
espanto y admiración.
También veían otra señal maravillosa, y era que
se levantaba un remolino de polvo a manera de una manga, la cual se levantaba
desde encima de la Sierra “Matlalcuye” que llaman agora la Sierra de Tlaxcalla,
la cual manga subía a tanta altura, que parecía llegaba al
cielo .
No pensaron ni entendieron sino que eran los dioses que habían
bajado del cielo, y así con tan extraña novedad, voló
la nueva por toda la tierra en poca o en mucha población. Como quiera
que fuese, al fin se supo de la llegada de los dioses, especialmente en
México, donde era la cabeza de este imperio y monarquía.
2. PRIMERA NOTICIA DEL ARRIBO DE LOS MARCIANOS.
Y mandó Motecuhzoma a Petlacálcatl, que llamase
a todos los mayordomos de todos los pueblos. Díjoles que fuesen
ellos a todos los pueblos que ellos tenían encomendados y que hallasen
a los nigrománticos que pudiesen y se los trajeran.
Hicieron lo que así se ordenó y fueron ellos traídos
a él. Les dijo: ¿habéis visto algunas cosas en los
cielos, o en la tierra, en las cuevas, en los lagos de agua, algunas voces,
como de mujer dolorida, o de hombres; visiones, fantasmas u otras cosas
de éstas?
Como no habían visto cosa de las que deseaba Motecuzhoma, ni
de las que él les preguntaba daban razón, les dijo
enfurecido:
- ¿Es ése el cuidado que tenéis de velar sobre
las cosas de la noche? Ya que tanto gustan de dormir haré que duerman
un largo, larguísimo rato.
Y ordenó encerrarlos a ellos en la cárcel de Cuauhcalco,
hasta que ellos dijeran lo que tenían que decir; hasta que hablaran
de lo que ellos ocultaban.
Díjole de nuevo Motecuzhoma que volviera a preguntarles lo que
debía venir o suceder, de donde había de venir, si del cielo
o la tierra; de qué parte, de qué lugar y cúando sería.
Volvió Patlacátcatl a Cuauhcalco pero a nadie encontró
en aquel lugar. Espantado, volvió y dijo a Motecuzhoma lo que habia
visto y que a nadie había encontrado. Habían volado o se
habían vuelto invisibles.
Motecuzhoma mandó entonces mancebos a saquear las casas de las
mujeres de los nigrómanticos. Fueron a las casas de ellos, y mataron
a sus mujeres, que las iban ahogando con unas sogas, y a los niños
iban dando con ellos en las paredes haciéndolos pedazos, y hasta
el cimiento de las casas arrancaron de raíz.
Llegada del macehual de las costas del Golfo
A pocos días vino un macehual (hombre de pueblo), de Mictlancuauhtla , que nadie lo envió, ni principal ninguno, sino sólo de su autoridad. Luego que llegó a México, se fue derecho al palacio de Motecuzhoma y díjole: señor y rey nuestro, perdóname mi atrevimiento. Yo soy natural de Mictlancuauhtla; llegué a las orillas del mar grande y vide cerca de la playa un gran agujero en el suelo donde una como columna de plata estaba enterrada. Estaba caliente y humeaba y dejaba oír sonidos como guijarros pegando entre sí. Esto jamás lo hemos visto, y como guardadores que somos de las orillas del mar, estamos al cuidado. Dijo Motecuzhoma: sea en horabuena, descansad. Y este indio que vino con esta nueva tenía la cara quemada como por sol, y las manos achicharradas, pues habia entrado a donde la columna y la habia visto y la habia tocado.
Díjole Motecuzhoma a Petlacálcatl, llevad a éste
y ponedle en la cárcel de tablón, y mirad por él.
Hizo llamar a un teuctlamacazqui (sacerdote) y díjole: id a Cuetlaxtlan,
y decidle al que guarda el pueblo que si es verdad lo del agujero y no
se qué, ni lo que es, que lo vayan a ver, y esto sea con toda brevedad
y presteza, y llevad consigo a vuestra compañía a Cuitlalpítoc.
Así lo hicieron y prestos volvieron con mucho espanto en sus
rostos, fuéronse derecho al palacio de Motecuhzoma, a quien hablaron
con la reverencia y la humildad debida. Dijéronle: señor
y rey nuestro, es verdad que habia un agujero cercano al mar, pero en él
ya no hemos visto nada. Vacío está. Y tambien vacío
y achicharrado se encuentra Cuetlaxtlan. Todos sus habitantes han sido
vistos por los ojos nuestros como pedazos negros de tizón, regados
por todas partes y muertos, las casas derumbadas.
Junto nosotros vinieron dos hombres del pueblo, pero nada pueden decir
pues uno tiene el rostro desfigurado, derretido por un fuerte calor y su
boca sellada labio con labio. El otro ha muerto al llegar a las puertas.
3. LAS IDAS Y VENIDAS DE LOS MENSAJEROS
Lo que vieron los mensajeros
Motecuhzoma luego dió ordenes al teuctlamacazqui:
- Dad orden: que haya vigilancia por todas partes en la orilla del
agua, en donde se llama Nauhtla, Tuztlan, Mictlancuauhtla. Por donde ellos
(los forasteros) vienen a salir.
Luego de prisa se fueron.
No mucho tardaron en volver y cuando volvieron, hasta México
llegaron y fueron directo con Motecuhzoma. Le dijeron:
Señor nuestro y rey nuestro. Hemos ido a donde nos has mandado
y hemos regresado con noticias de espanto pues durante el camino nos hemos
enterado y hemos visto la furia de los dioses. Que cerca de donde se encuentra
el agujero, a medio dia de camino, se encuentra otro más de donde
los habitantes de un pueblo cercano vieron salir un gigante.
Su torso era alargado como columna y brillante como metal y sus piernas
eran tres. Su cabeza esta cubierta con algo como gorro y como brazos
tiene cuatro serpientes largas que no dejan de moverse. Sabemos que es
verdad porque nosotros también lo vimos. Pero lo que mas espanto
causa es la luz que brota de una como caja , como alajero brillante, que
hace que los árboles ardan, que arda el bosque y las casas. Y cuando
caminan es como si caminara con ellos el trueno.
Cuando él (Motecuhzoma) hubo oído lo que le comunicaron
los enviados, mucho se espantó, mucho se admiró. Y le llamó
a asombro el tamaño de los gigantes, como el de veinte hombres,
uno sobre el otro.
También mucho espanto le causó el oír cómo
se desmaya uno; se achicharra otro.
Y que cuando se ve el rayo, crea fuego y va destilando chispas y el
humo que sale de él, que es muy pestilente y huele a podrido, penetra
hasta el cerebro causando molestia.
Si va a dar con un cerro (piramide) lo derrite, lo desquebraja, y si
da contra arbol o casa lo convierte en ceniza.
El teuctlamacazqui dijo:
Nosotros tus enviados tenemos noticia de dos más que vienen
en camino y que llegarán a Tlaxcala, pues cuando íbamos hacia
donde nos fue ordenado, nos encontramos que multitud de gente que
salía de sus casas, se iba de sus pueblos, los abandonaba porque
los dioses, por donde pasan, queman todo. Tus enviados seguimos adelante
y vimos con ojos propios montones de gente quemada, torcida y negra como
raíces. Unos por acá, también por allá. Ninguna
casa en pie.
Cuando hubo oído todo esto Motecuhzoma se llenó de grande
temor y como que se le amorteció el corazón, se le encogió
el corazón, se le abatió la angustia.
Los testigos de Tlaxcala
He aquí entonces que en la mañana llego la comisión
enviada desde Tlaxcala a México, pero a estos, Moctecuhzoma se negó
a oirlos, por lo que no quedo más remedio que dar sus palabras al
mayordomo del señor. Dijéronle:
- Informale a nuestro señor Motecuhzoma, que la gente de Tlaxcala
venimos para hablar con él, pues hemos sido testigos de un prodigio
cercano a nuestras tierras que son las de él. Que siendo de mediodia
cayó del cielo una luz, y que esta fue a golpear como trueno en
uno de los cerros cercanos. Levantó gran humareda y esta no se detuvo
hasta pasado un rato. Despues, en la noche, todos escuchamos los aullidos
que salian de aquel lugar y llegando la mañana fueron tres a ver
lo que allí habia. Vieron un hoyo en el suelo como cazo grande.
Más grande que una casa. Y ahí vieron a los dioses y vieron
que eran de color negro y que sus ojos eran rojos y grandes como platos
y eran dos y que se movian arrastrandose por el suelo, arrastrados por
largas víboras negras. Y algo construian pues con palos de hierro
levantaban cosas como casas.
Cuando el mayordomo de Motecuhzoma escuchó todo esto su
rostro mostró profunda preocupación y fue a contarle todo
ello a su señor.
Motecuhzoma envía magos y hechiceros a Tlaxcala
Sabiendo Motecuhzoma donde encontrar a los dioses, despachó para
allá una misión. Envió a cuantos pudo, hombres inhumanos,
los presagiadores, los magos. También envió guerreros, valientes,
gente de mando.
Envió cautivos con que les hicieran sacrificio: quién
sabe si quisieran beber su sangre. Y así lo hicieron los enviados.
Se presentaron delante del agujero donde se levantaba ya hacia el cielo
uno de los gigantes de metal y ofrecieron a los dioses el sacrificio de
hombres, de huevos de gallina, de tortillas blancas, de piedras y plumas
preciosas, mientras los dioses miraban desde su lugar en el agujero, sin
moverse, sin hacer sonido.
Fue entonces que de aquel gigante brotó la luz ardiente que
todo lo quema y pasó sobre hombres y ofrendas, incendiandolo todo,
consumiendo carne y piedras sin dejar nada. Los que no fueron tocados por
el rayo fueron de carrera dando de gritos, tocando sus bocas y cabezas,
acompañados todos por gran espanto.
En el lugar quedarón varios sacerdotes y hechiceros, grandes
señores y capitanes como Coyohuehuetzin; Atlixcatzin Tlacatécatl
; Tepeoatzin Tlacochcácatl ; Quetzalaztatzin Tizacahuácatl
. Otros como Totomotzin, Hecatempatitzin o Tetlepanquetzaltzin, rey de
Tlacopan, huyeron y nada más se volvió a saber de ellos.
Motecuhzoma envia más hechiceros.
Enterado Motecuhzoma de que sus ofrendas habian sido rechazadas y de
que venian cuatro gigantes de los dioses en dirección a la ciudad,
volvió a enviar a otra misión de magos y hechiceros y aún
sacerdotes para dar encuentro a los gigantes. Pero también nada
pudieron hacer allí, no pudieron hacer daño de ojos, no pudieron
dominarlos; de hecho no los dominaron. Ni siquiera allá llegaron
muchos y los que llegaron lo hicieron a Cholaula, que ardia, se consumia
en humo negro y fuego. Todo olia a quemado, a carne en asador.
Mucho asco y espanto, mucho miedo para todos los enviados que no se
atrevieron a ir más adentro sino que huyeron tambien con la gente
del pueblo que aún se encontraba errando por el alrrededor.
Sólo cuatro regresaron a Tenochtitlan a contar lo que habían
visto: a los gigantes caminar entre la mucha gente, quemando con su rayo,
atrapando a la gente con sus brazos de serpiente, estrellándolos
en el suelo, aplastándolos con sus tres patas.
La aparición de Tezcatlipoca
El camino de regreso fue atribulado, lleno de espanto. El sol se veía
como un disco rojo, cubierto por las nubes negras de los incendios y la
gente corría y se escondía entre los árboles
de los bosques, con sus mujeres y sus hijos. Muchos lloraban, todos ellos
lloraban asustados y varios daban vueltas de un lado al otro pues no sabían
a dónde ir. Unos encontraron el camino que llevaba a Tenochtitlan
en medio de la oscuridad y gritaban:
- Por aquí, por aquí. Venid todos por aquí. Es
por aquí a donde se llega a México”.
Tres de los enviados que llegarón a Tenochtitlan fueron siguiendo
primero esas voces, pero uno de ellos se perdió y fue a dar a un
alto cerro desde donde podia verse todo aquel lugar. Con sus propios ojos
vio con espanto una larga nube negra cubriendo los bosques y las luces
del fuego comiendo árboles y sobre ellos también la figura
de cuatro de los gigantes, que a lo lejos asemejaban sólo pequeños
hombres. No miente el enviado al confesar que en ese momento quiso huir,
pero su valor se sobrepuso a su miedo y decidió regresar a Tenochtitlan
a dar aviso de lo que había visto, de lo que se avecinaba.
De repente le sale al paso uno que estaba como borracho y le dice:
- “¿Por que en vano habéis venido a pararos aquí?
¡Ya México no existirá más! ¡Con esto,
se le acabó para siempre! ¡Largo de aquí: aquí
ya no!…”
De improviso desapareció; ya no lo vio más. Y se dijo:
- “No era un cualquiera ése…¡ése era el joven Tezcatlipoca!…”
Abatimiento de Motecuhzoma
Y cuando estos enviados llegaron, narraron a Motecuhzoma cómo
pasó, cómo lo vieron. Y cuando lo oyó Motecuhzoma,
no hizo más que abatir la frente, quedó con la cabeza inclinada.
Ya no habló palabra. Dejó de hablar solamente. Largo tiempo
así estuvo cabizbajo. Todo lo que dijo y todo lo que respondió
fue esto:
- “¿Que remedio, mis fuertes? ¡Pues con esto ya fuimos
de aquí!…¡Con esto ya se nos dió lo merecido!…¿Acaso
hay algún monte donde subamos? ¿O acaso hemos de huír?
Dignos de compasión son el pobre viejo, la pobre vieja, y los niñitos
que aún no razonan. ¿En dónde podrán ser puestos
a salvo? Pero…no hay remedio… ¿Qué hacer?…¿Nada resta?
¿Cómo hacer y en dónde?… Ya se nos dió el merecido…
Como quiera que sea y lo que quiera que sea…ya tendremos que verlo con
asombro…
1. LLEGADA DE LOS MARCIANOS A MÉXICO-TENOCHTITLAN- Esta no es una guerra – dijo el artillero -. No lo ha sido nunca, como no puede haber una guerra entre los hombres y las hormigas.
H. G. Wells, La Guerra de Los Mundos
Y al cabo de esto el Motecuhzoma no habló más, no dijo
nada más. Se quedó en el salón, mudo, callado, mirando
a lo que había de venir desde sus aposentos.
Sin embargo su sobrino Cacama llamó a consejo a Cuitlahuacatzin,
hermano del rey, y a los demás señores y propuso una larga
plática en razón de si debian recibir a los dioses y de qué
manera.
Cuitlahuacatzin respondió que a él le parecia que de
ninguna manera, que debían armarse guerreros y ejército para
enfrentar a los gigantes de los dioses, pero Cacama y los señores,
sabiendo cómo había ardido Cholula y suponiendo de igual
manera lo de Tlaxcala resolvieron que la gente de la ciudad debía
huir. Dijeron:
- Es inútil entregar ofrendas a los dioses, a Quetzalcóatl,
porque no las quiere. Ha regresado como prometió y destruirá
esta ciudad y todo el imperio pues ha sido creado bajo el patronato de
sus enemigos Huitzilopochtli y Tezcatlipoca. Nada de ella ha de quedar
y de nosotros tampoco si no huimos. Del fin ya sabiamos, pues Cuatlicue
ya lo había dicho a aquellos nigromantes que fueron a Aztlán,
hace tiempo . Motecuhzoma tiene razón pues ya nada podemos hacer.
Los que se queden en esta ciudad pagarán sus culpas con fuego. Los
que quieran vivir deberán salir ahora pues los dioses no tardarán
en llegar.
Dicho esto, los señores ordenaron a los capitanes salir a las
calles, ir a los calpullis (barrios), a los calmecac y a los tepochcali
para sacar a los jóvenes y a los niños y avisar a la gente,
a todo mundo.
Cuitlahuacatzin, sin embargo, hizo oídos sordos a la decisión
de los señores y apoyado por un grupo de guerreros tomó camino
a encontrarse con los gigantes, armados todos con dardos, escudos y macanas.
Nada más se supo de ellos.
Huída de Mexico-Tenochtitlan y llegada de los marcianos.
Fue el plan que alguna gente debía salir de la ciudad por Tlatelolco
hacia Tepeyac y otra hacia el este, por Tlacopan.
Texcoco, Hexotla, Chalco en el sur, Tenayuca, Tizapan, Tlalpan, todos
los alrededores también debían ser abandonados y la gente
escondida
No era de nadie esperado lo que sucedió el tercer día,
mientras todavía mucha gente, como un río, como multitud,
salia de Tenochtitlan llevando consigo mujeres e hijos y aquello que solo
que pudiera acompañarlos.
Fue que un vigía de Chalco anunció la vista a lo lejos
de dos de los gigantes que se acercaban a la ciudad, que podrían
llegar por la entrada de Iztapalapa y dio alarma de eso.
La gente que aún quedaba, que era mucha, tuvo mucho espanto
y arrojó lo que tenía a las acequias y corrió hacia
las salidas. Los que tenian barcas las usaron pero el miedo era tan grande
que muchos intentaron cruzar a nado los canales y murieron ahogados.
No solo venían los dioses por el camino del sur, sino que delante
de ellos corrían tambien algunas de las gentes que habían
huido de los pueblos donde los dioses ya habían pasado.
Final de Chalco
Cuatro gigantes llegaron por Chalco al atardecer y nomás entrando
sus rayos ardientes se posaron sobre los templos y las casas, sus patas
aplastaron los mercados y sus brazos-serpientes arrancaban las piedras.
Desde los lugares altos de Tenochtitlan era posible oír los ruidos
de los dioses y ver las llamas ardiendo en todo. Desde Xochimilco y Mizquic
era aún más facil verlo.
Los gigantes detuvieron su camino frente al lago por largo rato. Muchos
pensaron entonces que hasta ahí se quedarían, que les daría
miedo atravesar todo aquella agua. Pero no fue así pues dos de los
gigantes lo hicieron. Avanzaron hacia el lago y entraron en él.
Otros dos se dirigieron caminando por la orilla hacia Mixquic y Tlalpan.
La huida general.
Luego otra vez matan gente; muchos en esta ocasión murieron.
Pero se empieza la huída, con esto va a acabar todo. Entonces
gritaban y decían:
-¡Corran!…¡Huyan que ya ha llegado Quetzalcóatl
por todos nosotros!…
Y cuando tal cosa oyeron, luego empezó la huída general.
Unos van por el camino grande. Aún allí matan a algunos;
están irritados los dioses. Los que habitaban en las casas de la
ciudad van derecho hacia Amáxac, rectamente hacia el bifurcamiento
del camino. Allí se desbandan los pobres. Todos van al rumbo del
Tepeyácac, todos van al rumbo de Xoxohuiltitlan, todos van al rumbo
de Nonohualco: pero al rumbo de Xóloc o al de Mazatzintamalco, nadie
va.
Pero todos los que habitan en barcas y los que habitan las armazones
de madera enclavadas en el lago, y los habitantes de Tolmayecan, se fueron
puramente por el agua. A unos les daba el agua hasta el pecho, a otros
les daba el agua hasta el cuello. Y aun algunos se ahogaron en el agua
más profunda.
Los pequeñitos son llevados a cuestas. El llanto es general.
Al irse, casi se atropellaban unos con otros
Entrada por Azcapotzalco.
Fue entonces que la gente que salía a tropel por la salida a
Azcapotzalco tuvo gran pavor al ver casi frente a ellos, salidos de no
se sabe dónde, a otros tres de los gigantes, que no eran ninguno
de ellos los cuatro que provenían de Tlaxcala y Cholula, sino
otros de los que no se tenía noticia ni nada se sabía. De
inmediato muchos fueron achicharrados, ardieron como antorcha niños,
viejos, hombres y mujeres.
Grandes gritos, mucho miedo y pavor. Todos corrieron de nuevo hacia
la ciudad.
En ese encuentro hubo un capitán, mentado Tzilcatzin, valeroso
en la guerra, muy macho, que corrió en dirección de los dioses
y dicen quienes lo vieron que a uno se le subió en una pata, pero
que nada pudo hacer pues del torso del gigante bajó uno de los brazos
-serpiente y se enroscó en su cuerpo lanzándolo con fuerza
al cielo.
Temoctzin, otro capitán que ahí se encontraba, se arrojó
junto con muchos al río, para no morir tatemado, calcinado por los
rayos ardientes de los gigantes.
Él vivió, pero muchos otros murieron pues hirvió
el agua. Un gigante hizo que hirviera en furia, como si en pedazos se rompiera
al revolverse. Temoctzin vio cuerpos, vio muertos flotar escaldados, rojos
todos ellos. Todos hervidos.
Entonces, por la calzada de Tlacopan dieron entrada dos de los
gigantes, hacia la ciudad.
Avanzan los marcianos al interior de la ciudad.
Sucedió pues, que esa noche llovió aunque no era temporada
y pudo despejarse de humo el cielo, pero los gigantes no se detuvieron;
y llovían también gritos y había fuego en medio de
toda el agua, porque mientras avanzaban, seguían arrojando sus rayos
con furia, destruyendo casas, calpullis enteros.
Todo esto podía verlo Motecuhzoma desde el Gran Teocalli (Templo
Mayor) a donde había subido junto con Tlacochcálcatl de Tlatelolco,
Itzcohuatzin y otros para esperar a los dioses. Hacia el oeste y hacia
el sur el incendio de la Gran Tenochtitlan parecía visión
del infierno. Rojas las llamas y rojas las nubes de tormenta y los gigantes
de los dioses caminando, dando tumbos por las ruinas de la ciudad.
Era pues que el noble Cuauthémoc se encontraba dentro de la ciudad,
huyendo, escondiéndose en las ruinas para nos ser visto por los
dioses. Junto con otra gente se encontró muchas veces, todos ellos
con gran pavor. Les dijo:
- “Ninguno de nosotros puede quedarse aquí. Tomen a los niños
y heridos y síganme.”
Muchos se negaron a moverse y otros lo siguieron y los que así
lo hicieron fueron los que contaron parte de esta historia pues salieron
vivos de la ciudad. Pero antes tuvieron que arrastrarse por entre el fuego
y el lodo, hasta llegar a cierto canal donde había escondidas unas
barcas. Por todas partes había muerte, en todas partes había
fuego y sonidos ensordecedores, brillantes flamas. En una ocasión
incluso estuvieron a los mismos pies de un gigante, pero no los vio. Cuando
tomaron las barcas, Cuauhtémoc les mostró la salida y en
el viaje pudieron ver más de la ciudad y de la gente que corría
en pavor y de otra que corría en llamas.
Pero Cuauhtémoc no fue con ellos pues se quedó para buscar
a más gentes, más niños.
Moctecuhzoma frente a los marcianos.
Esto que aquí se relata lo ha dicho Tzoncoztli, acompañante
y consejero de Motecuhzoma, que estuvo ahí cuando sucedió
todo, y que lo vio todo, escondido en uno de los templos del Gran Teocalli
Motecuhzoma vio acercarse por el oeste y por el sur a dos de los gigantes,
que se detuvieron frente al gran templo. Durante poco rato nada hicieron
pero después uno comenzó a subir, pero donde pisaba, se hundía.
Así, paso tras paso el gigante llegó casi hasta arriba.
Y de su cabeza salieron aquellos, los demonios que se pensaba eran
dioses y vieron frente a frente a Moctecuhzoma que no se movía,
se mantenía firme, y no temblaba pues fuerza para eso ya no tenía.
Dos de aquellos se dejaron caer como sacos al suelo y sus cuerpos se
arrastraron por los peldaños, las escaleras hasta llegar hasta arriba,
frente al rey, al cual vieron con sus ojos negros, redondos, lo miraron.
Y sin decir nada, como centella, sus serpientes se enroscaron en el
cuerpo de Motecuhzoma y en su cuello y en el cuerpo de sus acompañantes
y los arrastraron hacia abajo de las escaleras donde ya no podían
verse, pero desde podían oírse sus gritos y sus chillidos
Todo esto pudo verlo Tzoncoztli, escondido dentro de uno de los templos
superiores y dejó de verlo cuando los demonios volvieron hasta la
parte de arriba, sin nadie con ellos. Se escondió atrás de
un altar, muy pequeño, que cuando entró el dios, negro y
reluciente, arrastrándose por el suelo, creyó que lo iba
a ver.
El dijo también que el dios le pareció como aquello que
traían de las playas los que allá vivían, el pulpo,
pero que su tamaño era tan grande como el de dos hombres tirados
en el suelo y que su altura bien hacía que pudiera llegarle al pecho
si él hubiera estado de pie.
El demonio llegó y se fue pronto, pero Tzoncoztli no.
Se quedó allí durante 8 días.
El alimento de los dioses.
Fue cuando los animales de los dioses atraparon a muchos en las calles.
Los animales eran como escarabajos de metal de muchas patas y con uno como
brazo con una mano, y los dioses se montaban en ellos para hacer otros
animales y a otros gigantes y para atrapar gente.
Se movían, corrían por toda la ciudad, escarbaban en
las ruinas y tomaban gente de ellas. Gente viva, porque a la muerta la
arrojaban, la tiraban lejos, la tiraban a los canales. También los
gigantes tomaban gente con sus brazos de serpiente y la metían a
toda en un morral que era como ellos, que era de metal.
Entre ellos tomaron también a un pescador, un macehual del barrio
de Petlalcalco y a todos fueron a llevarlos a Tlatelolco, donde eran arrojados
a un gran agujero y de donde los dioses los tomaban para chupar su sangre.
Ciyácatl, el pescador lo vio con sus propios ojos porque a él
también lo tomaron. Los animales de los dioses los agarraban como
conejos, de los pies, y los levantaban. Los dioses ponían en ellos
a otras serpientes o lombrices sin color, mucho muy delgadas, que entraban
en la carne de los brazos y del cuello y de las piernas, y ellas
desangraban al hombre para que los dioses tomaran su sangre.
Cuando llegó turno a Ciyácatl este gritó y chilló.
Tuvo espanto de ver a los dioses llevar las lombrices de sangre a su cuerpo.
Pero los dioses se detuvieron y lo volvieron a arrojar al pozo con los
demás: tres mujeres y cuatro niños. Allí permaneció
hasta siete días, cuando los dioses murieron.. Gran suerte la de
Ciyácatl pues fue solo él quien al último quedó.
2. MÉXICO-TENOCHTITLAN MUERTO
Pasados 14 días del sitió de la ciudad fue que vino el
gran silencio. Patlahuatzin, quien era mandado de Tlaxcala, el embajador
de Tlaxcala, estaba en la ciudad cuando llegaron los dioses y permaneció
en ella escondido mientras todo ocurría. Salió de su escondite
porque no soportaba más el hambre y porque poco a poco caía
en confusión. Fue él uno de los primeros en ver los cuerpos
de los dioses tirados por el suelo, devorados por los perros y los zopilotes.
Vio también todo el zacate rojo cubriendo la ciudad.
De este zacate ya nada se sabe, pues desapareció como polvo
al poco tiempo, pero dicen los que ahí estaban, que cubría
los templos y las ruinas como manto, todo completo y que había crecido
en muy poco tiempo.
Los gigantes no se movieron más y tampoco lo hicieron así
los animales de metal que traían consigo.
Uno de los de la ciudad dice, cuenta haber visto, que también
tenían pájaros y que vio volar a uno, que también
eran de metal, que tenían un solo ojo verde en el frente y algo
como bastón largo y brillante en la cresta, pero que no movían
las alas.
Ya nada había, ya nada quedaba de lo que había sidoTenochtitlan,
de la ciudad de los mexicas. Así lo había predicho Motecuhzoma,
así lo había dicho la madre de Hitzilopochtli frente a los
nigromantes en Aztlan, que nada de ella quedaría, que todo sería
sepultado.
Y solo esto fue lo que los españoles vieron al llegar a ella,
al poco tiempo de lo sucedido, con sus ojos llenos de asombro, llenos de
espanto y de confusión…
- Oh, príncipe mío, oiga el dios esto poco
que voy a decir. Yo el mexícatl, no tenía tierras, no tenía
sementeras, cuando vine acá en medio de los tepanecas y de los de
Xochimilco, de los de Aculhuacan y de los de Chalco; ellos si tenían
sementeras, sí tenían tierras. Y yo, con flechas y escudos
me hice señor de los otros, me adueñe de sementeras y tierras…igual
que haces tu ahora.
Cihuacóatl Tlacotzin frente a Cortés.
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Cuando los españoles desembarcaron, lo hicieron en las playas
del ahora estado de Veracruz. Ninguno de ellos conocía los sucesos
que se estaban presentando en muchas partes del mundo, incluso en su natal
España.
Así que cuando fueron recibidos, lo hicieron por un grupo de
aborígenes apaleados temerosos y asustados que inmediatamente vieron
en ellos, y en especial en Cortés, la figura de Quetzalcóatl.
Los guiaron hacia lo que quedaba de Tenochtitlan por un camino de desolación
y muerte. Bosques negros, casi carbonizados, aldeas y pueblos destruidos
fueron apareciendo en el transcurso de todo su viaje. Pero por supuesto
que lo más impactante fue para ellos el aterrador paisaje de la
ciudad destruida y las gigantescas máquinas de los marcianos, que
aún se sostenían en pie en la ciudad.
Por medio de preguntas llegaron a enterarse de todo lo sucedido y llegaron
también a enterarse de que los mexicas consideraban a los marcianos
una especie de ejército de avanzada: Su ejército. El ejército
de Quetzalcóatl, el ejército de Cortés.
Por tal razón, Cortés no tiene ningún problema
en acceder a los secretos de la ciudad, - que algunos de ellos aún
quedaban – y la iglesia católica en aceptar en su seno a una nueva
cantidad de conversos.
Es importante señalar como la influencia de la iglesia católica
selló en México la entrada definitiva de la corona española.
Aún teniendo la oportunidad de proclamarse realmente como enviados
de Quetzalcóatl, la iglesia católica renuncia a aquello,
pero no duda en considerar como providencial su llegada a tierras americanas.
Ha sido Dios y nadie más quien ha liberado al pueblo mexica
de la amenaza de los “demonios”. El hecho no puede ser más
obvio: Estando lleno la Nueva Tierra de ídolos demoniacos e imágenes
impuras, la llegada de los españoles y de la imagen de nuestro Señor
Jesucristo, ha hecho salir del infierno a sus enemigos.
En un paroxismo de terror por la llegada inminente del poder de la
cruz, estos han intentado huir no sin llevar antes consigo a la mayor cantidad
de almas posibles, sin embargo, sucumben en su intento, muriendo todos
ellos por obra y gracia del señor.
En realidad, todo mundo lo sabemos ahora, no fueron otros que los virus
de nuestro planeta los que acabaron con la invasión.
Después de abrazar la nueva religión con gran docilidad,
los mexicas reanuda la reconstrucción de sus pueblos y ciudades
bajo la supervisión tutelar del capitán Hernán Cortés
y la iglesia católica, y entrega a los españoles el
oro y la riqueza que fue posible recuperar de la devastación esperando
el arribo de nuevos conquistadores españoles que han de llegar a
estas tierras bajo el poderoso y justo símbolo de la cruz.